Mujeres históricas

Por: Amalia Aguilar N.

Clara González

Esther Neira De Calvo

Gumersinda Páez

María O. De Obaldía

Marta Matamoros

Reina Torres de Araúz

Cuando rastreamos en la historia panameña del siglo XX la pista de la construcción de la mujer moderna, encontramos varias mujeres muy significativas, sin embargo, ninguna me parece tan visible, transgresora y vigente como Clara González. Ella representa la voz de las mujeres, la lucha por el reconocimiento de que somos seres humanos y que tenemos el derecho de ser tratadas como tales.

 

Para Yolanda Marco, quien escribe una biografía sobre esta mujer, uno de los rasgos más llamativos de su personalidad fue que desde muy temprano en su vida asumió la misión de trabajar por los derechos de las mujeres y por los de los más débiles y olvidados de la sociedad.

 

Por otra parte, además de ser una mujer que pensaba que su vida debía tener un propósito, servir para algo, ella vivió como una mujer libre, que se guiaba por su conciencia, por su forma de pensar, por lo  que ella consideraba justo y razonable, y esto debió ser muy chocante en su época.

 

Nace en 1900 en Remedios. Su padre fue un inmigrante español; de su madre se sabe poco. Lo que sí es cierto, por el testimonios que dejó registrados la misma Clara, que desde pequeña fue testigo de la injusticia y la marginación. Esta situación la marcó profundamente. El maltrato y la humillación a la que eran sometidos los campesinos pobres y los indígenas por las señoras de la sociedad criolla, los terratenientes y poderosos en general, de comienzo de la República, son sus primeros recuerdos de infancia.

 

En 1922, se gradúa como la primera abogada, y es a su vez la primera universitaria del país, con un trabajo de graduación titulado “La mujer ante el derecho panameño”, que representa el primer estudio sistemático sobre la situación legal de las mujeres en este país. Se trata de un análisis de la situación de la mujer desde los fundamentos de la opresión femenina —la califica de esclavitud— que revisa todas las áreas del derecho, convirtiéndose en la primera manifestación de un pensamiento feminista integral.

 

 

LO PERSONAL ES POLÍTICO

 

Aunque en su tesis denuncia las injusticias de la ley en torno a temas como la investigación de la paternidad, el matrimonio, las causas del divorcio, los derechos económicos de las mujeres y otros temas, lo más importante —sobre todo para la sociedad de su época— fue su defensa delos derechos políticos de las mujeres.

 

Es así como junto a un grupo de mujeres funda ese mismo año la primera asociación feminista de la Republica llamada el Centro Feminista Renovación, del que es elegida presidenta, el cual tenia entre sus propósitos la educación integral de la mujer, promover su independencia económica y la igualdad el hombre en derechos y responsabilidades ante la ley.

 

En una conferencia dictada en el Instituto Nacional, Clara definía el feminismo como “la lucha de la mujer por alcanzar la plenitud de su vida, o el esfuerzo supremo de la misma por la adquisición de todos los derechos que por naturaleza le corresponden en igualdad de condiciones al  hombre”.

 

En 1923, esta agrupación convoca al primer Congreso Feminista en el que participan 43 mujeres de diferentes regiones del país, de ahí sale el Partido Nacional Feminista y la decisión de proclamar a Clara González candidata a las siguiente elecciones legislativas. Sin embargo esto no fue posible, ya que en 1925 la ley electoral prohibió de manera determinante la participación de las mujeres en los comicios otorgando este derecho exclusivamente a los hombres.

 

El Partido Nacional Feminista se convierte en 1944 en la Unión Nacional de Mujeres, cuyo objetivo era garantizar que las mujeres efectivamente disfrutaran de sus plenos derechos y tuvieran las mismas posibilidades que los hombres en las elecciones que se acercaban.

 

Y es importante aclarar en este punto que la modificación que se hizo a la constitución de 1941 permitía a las mujeres votar de una manera muy limitada. Sólo podían hacerlos en las elecciones a los ayuntamientos provinciales y solamente mujeres con educación media o superior, o profesionales. La primera vez que las mujeres fueron a las urnas sin limitación fue en 1945 para elegir a quienes formarían la Asamblea Constituyente que modificaría, una vez más, la Carta Magna. En esta ocasión Clara participa como candidata y no sale electa. Es la Constitución de 1946 la que les da a la mujer plenos derechos para votar y ser postulada a cargos de elección.

 

REBELDE CON CAUSA

 

Clara González es sin dudas una mujer que rompe de manera más radical con la vieja imagen que existía en Panamá a comienzos de la República, en la década de los 20 y 30 sobre todo. Porque hay otras mujeres que la acompañan en esta ruptura.

 

Cuando las mujeres emergen a la vida pública empiezan a sumir una imagen. Ellas rompen los estereotipos, plantean cosas nuevas y empiezan a modificarse ellas mismas en sus actitudes, en su forma de vida, en sus relaciones, en especial las de parejas.

 

Clara se casó ya entrada en los 40 con un ingeniero norteamericano, más o menos seis años menor que ella. Por testimonios que ha recogido Yolanda Marco de familiares allegados, pues la pareja nunca tuvo hijos, fue una historia casi de novela. Él era un hombre excepcional que no solo la apoyaba en sus aspiraciones y reclamaciones, sino que activamente contribuía con su causa, ayudándola en sus campañas políticas, repartiendo volante o pegando carteles. Tuvieron relación muy buena. En este hombre ella encontró un compañero que la consideraba y la trababa como su igual. Desafortunadamente, él murió antes que ella, pero siempre la acompañó, pues en los dos últimos años de su vida las dos fotos que siempre mantenía cerca de ella eran la de este hombre y la de su padre.

 

Aunque Clara González nunca fue electa para ningún cargo público, tuvo relaciones destacadas con el Estado. En la década de los 30, fue inspectora de trabajo. En 1942, formó parte de una delegación que viajo a Estados Unidos a estudiar el sistema de administración de justicia hacia los menores, que fue otras de sus grandes preocupaciones. Esta delegación redacta un informe donde se plantea la necesidad de una reglamentación para los menores de edad y a partir de ahí que se empieza a redactar la ley que crea el Tribunal Tutelar de Menores, del cual ella fue la primera directora. Este fue el cargo público más importante que tuvo.

 

Quiero terminar aclarando que el titulo de este artículo no me pertenece. Así la describió Diógenes de la Rosa y así la ven muchas personas que a lo largo del siglo conocieron a esta mujer incansable. En un video realizado por Vielka Vázquez Ávila para Canal 11, unos meses antes de su muerte, Clara González, ya con el pelo blanco, vencida por la enfermedad, afirma que la lucha de las mujeres por sus derechos y por una vida en libertad no termina nunca. Creo que así es. Las mujeres panameñas tenemos en su figura un ejemplo para no desanimarnos ante el pensamiento retrogrado que nos invade actualmente. Es mucho lo que hemos conseguido, pero aún falta mucho más.

 

“El sano y prudente feminismo…ve en cada mujer un alma libre y responsable…  defiende y sostiene la capacidad y derecho de la mujer para desenvolver en la vida todas sus energías, ostentar su personalidad como lo hace el hombre… El feminismo pretende que la mujer sea algo más que una materia creada para servir al hombre y obedecerle como el esclavo a su amo, pues debe ser la cooperadora y no la súbdita del hombre, su consejera, su asociada y no su esclava”.

 

Así se expresaba Esther Neira de Calvo, una de las precursoras del movimiento feminista en los años 20 en Panamá, que explota debido a las propuestas que llegaban Europa y Estados Unidos.

 

La designación de Esther por parte del presidente Porras para que participara como delegada nacional en el Congreso Feminista de Baltimore en 1922, es determinante en su visión del feminismo y en la creación de organizaciones que jugarán un papel fundamental en la conquista del sufragio.

 

A raíz del Congreso de Baltimore, se funda la Asociación Panamericana de Mujeres y, de acuerdo con el compromiso adquirido por las delegadas en el mismo, Esther convoca a las mujeres panameñas a una conferencia dictada, por ella misma, el 11 de enero de 1923 en el Instituto nacional bajo el título “El feminismo triunfante”. Allí se crea la Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer.

 

También fue delegada en 1925 a la Segunda Conferencia Panamericana de Mujeres, organizada por la Liga Nacional de Mujeres Votantes de Estados Unidos de América, celebrada en Washington. En 1926 fue nombrada presidenta y organizadora del Congreso Interamericano de Mujeres, que fue el único congreso feminista internacional realizado en Panamá, que se celebró paralelamente al Congreso Bolivariano.

 

La educación antes que el voto

 

Es importante señalar que para Esther Neira el principal objetivo del feminismo era lograr una educación igualitaria para las mujeres. Esto queda bien claro cuando expresa “igualdad de educación para la mujer, para darle conciencia de su propio valor, de su poder y de su misión, para que tenga una noción bien definida de su personalidad con toda la plenitud y con toda la dignidad que la palabra encierra, para que reconozca sus deberes antes que sus derechos”.

 

La Sociedad Nacional para el Progreso de la Mujer tenía como principal objetivo la educación de la mujer para conducirla “al disfrute de sus derechos, la aleje de la miseria y transforme su hogar en templo sagrado del amor y del bien”.

 

En relación con el sufragio, consideraba que “es una de las actividades del feminismo, un factor de importancia capital, pero insuficiente para una solución general”. Colocaba a la educación antes que el sufragio porque pensaba que la mujer panameña había adquirido una instrucción de carácter general, lo que la mantenía alejada de los asuntos de índole política y legal, dejando al hombre toda iniciativa y aceptando como bueno cuanto él hacía.

 

Es evidente el carácter asistencial de esta organización cuando considera “el feminismo como lazo de unión entre todas las mujeres sin distinción de razas ni posiciones sociales, en el que la mujer adinerada e influyente se pone en contacto con la obrera para estudiar sus necesidades y contribuir a precaverla en la miseria y el vicio”.

 

Resulta bastante paradójico que fuera precisamente esta mujer, que consideraba necesario conquistar la igualdad educativa para la mujer antes que sus derechos ciudadanos, quien se convierte en una de las dos primeras diputadas panameñas. Y que fuera parte de la Asamblea Constituyente que dio el voto sin restricciones a las mujeres.

 

Una curul con aroma de mujer

 

En 1945 se lleva a cabo la campaña de cara a las elecciones para elegir a los miembros de la Asamblea Constituyente. Es la primera vez que las mujeres tienen la oportunidad de expresar sus opiniones en torno a los problemas nacionales. En esta discusión se hacen evidentes las diferencias de opiniones y posiciones políticas entre los diferentes grupos feministas. Es así como el 9 de enero, Esther Neira de Calvo funda la Liga Patriótica Femenina, en cuyo nombre, y con el apoyo de varios partidos políticos, fue proclamada candidata a una diputación nacional.

 

El objetivo inmediato de esta asociación era: “trabajar porque el mayor número de mujeres panameñas participe en los próximos comicios electorales; porque su intervención en el torneo político en que actuará por primera vez prestigie su causa; y porque su trabajo en la Asamblea Constituyente contribuya a darle a la República una Constitución democrática que consulte los valores eternos de la libertad y de honor, y el bienestar y el progreso nacional y que garantice la soberanía de la República”.

 

Yolanda Marco, en su libro Mujeres que cambiaron nuestra historia comenta que, “la campaña fue intensa, las mujeres de los dos grupos (la Liga Patriótica y la Unión Nacional de Mujeres, esta última postuló a Clara González, entre otras) recorrieron todo el país llamando a las mujeres a votar por ellas. La prensa de la época está llena de información sobre las reuniones celebradas en todos los rincones del territorio nacional. Las candidatas y las dos agrupaciones de mujeres realizaron un enorme despliegue de actividades en mítines, conferencias y charlas radiofónicas. Las primeras elecciones en las que participaron dio a las mujeres la oportunidad de mostrar de muchas maneras sus aptitudes políticas y creatividad, así como su entusiasmo y esperanza”.

 

En estas elecciones solo fueron electas dos mujeres: Esther Neira de Calvo como diputada nacional, y Gumercinda Páez como diputada por la provincia de Panamá de un total de 51 diputadas. Durante su actuación en la Asamblea Constituyente, Esther introdujo disposiciones en la Constitución Nacional sobre protección a la maternidad, a la infancia, y al trabajo de la mujer y de los menores.

 

Su vocación primera

 

Nacida en la provincia de Coclé en 1890, era hija del abogado Rafael Neira Ayala y de Julia Lafargue de Neira. Aunque de clase media, su familia siempre estuvo relacionada con la clase dirigente del país. A la edad de 14 años se traslada a la ciudad capital con sus padres y estudia en la Escuela Nacional de Institutoras.

 

Cuando pocas mujeres tenían la oportunidad de estudiar en el extranjero, Esther se gradúa de profesora de literatura en Wawre Notre Dame de Bruselas. Recibe el título de maestra normal de escuela primaria y más tarde el de profesora de literatura. Posteriormente sigue estudios de pedagogía y psicología en Estados Unidos. A su regreso a Panamá en 1912, ejerce la cátedra de pedagogía en la Escuela Normal de Institutoras y ocupó la dirección de ese plantel de 1927 a 1938.

 

Fue la primera mujer nombrada inspectora general de enseñanza secundaria, normal y profesional de los colegios oficiales. También fue la primera directora y profesora del primer curso de educación física para maestras en 1915 y miembro del comité de revisión de los planes y programas de estudios de educación primaria, secundaria, normal y vocacional en 1925. En la década de los 40, participó como delegada de Panamá en varias asambleas de la Comisión Interamericana de Mujeres de la OEA.

 

Esther Neira se casó con Raúl J. Calvo en 1917 y tuvo una hija. Quienes la conocieron la describen como una mujer de personalidad fuerte y muy femenina. También recuerdan su carácter firme aunque un poco distante y todos coinciden en que siempre estaba ocupada en sus actividades. Era elegante en el vestir. Algunas fotos que se conservan la retratan con trajes y accesorios siempre a la moda. Era una mujer inteligente, seductora, con una impresionante oratoria y muy agradable.

 

Esta interesante mujer formó parte de uno de los más importantes capítulos de la historia de nuestro país. Ahora que nos acercamos a la celebración de comicios electorales, reflexionar sobre lo que hicieron estas mujeres, que como dice el título de Marco “cambiaron nuestra historia”, es esencial. Ellas conquistaron derechos que muchas veces mal utilizamos. Rindamos homenaje a estas mujeres asumiendo el compromiso y las responsabilidades que nos corresponden como mujeres y miembros de esta sociedad.

 

En los tiempos de Gumersinda Páez

 

Hubo una época en que las mujeres no podíamos participar en las elecciones ni como electoras ni como candidatas. Durante la primera mitad del siglo XX, un grupo de panameñas, siguiendo los movimientos internacionales, se organizó alrededor de la defensa de los derechos civiles y políticos para todas. Una de ellas fue Gumersinda Páez.

 

Es importante señalar que en los tiempos de Gumersinda las mujeres teníamos acceso limitado a la educación, la salud y en la esfera familiar estábamos tuteladas por el poder del padre, el esposo o los hijos; y por supuesto no teníamos derecho a ejercer nuestra opinión en la arena política. La oportunidad para las panameñas se dio en 1944, cuando se anuncia la convocatoria para la Asamblea Constituyente. Era la primera vez que las mujeres participaban en una elección nacional, sin embargo, ya tenían una amplia experiencia organizativa en la defensa de sus derechos civiles y políticos. Ante esta coyuntura surgen dos grupos para apoyar las candidaturas femeninas.

 

Por una parte estaba la Unión Nacional de Mujeres, liderada por Clara González, y por la otra, la Liga Patriótica Femenina, que postuló a Esther Neira de Calvo y a Gumersinda Páez, esta última también recibió el apoyo del Partido Nacional Revolucionario. De acuerdo con la historiadora Yolanda Marco, la campaña fue intensa, las representantes de ambos grupos recorrieron el país llamando a las mujeres a votar por ellas.

 

La prensa de la época está llena de información sobre las reuniones celebradas en todos los rincones del territorio nacional. Las candidatas y las dos agrupaciones de mujeres realizaron un enorme despliegue de actividad en mítines, conferencias y charlas radiofónicas. Es indudable que estas primeras elecciones en las que participaron dio a las mujeres la oportunidad de mostrar de muchas maneras sus aptitudes políticas y creatividad.

 

En las elecciones del 6 de mayo sólo resultaron ganadoras dos mujeres de un total de 51 diputados: Esther Neira de Calvo como diputada nacional y Gumersinda Páez como diputada por la provincia de Panamá. Esta última, además, fue electa segunda vicepresidenta de la mesa directiva de la Asamblea. Es probable que haya sido la primera mujer en el mundo escogida como vicepresidenta en una cámara parlamentaria, y en noviembre ocupó la presidencia en sustitución del titular. Gumersinda participó activamente durante los debates sobre temas relacionados con la educación, la salud, la familia y las libertades religiosas, manifestando por este último, posiciones bastante conservadoras.

 

Defendió la igualdad de derechos de las mujeres, la creación de guarderías infantiles, el reconocimiento de la paternidad y la unión de hecho, la igualdad de salarios entre hombres y mujeres por el mismo trabajo, la seguridad social para las embarazadas y los derechos de la comunidad afroantillana. Finalmente, en 1946 se firma la Constitución, que otorgaba, por primera vez a las mujeres, el derecho a postularse para cargos de libre elección, así como la posibilidad de votar con libertad.

 

De Gumersinda se sabe que nació en Panamá. Empezó a trabajar como maestra desde muy joven debido a que su familia era muy humilde y sobre ella descansó la responsabilidad de sostenerla. De su padre heredó el camino de la rectitud y la generosidad, mientras su madre –en un comportamiento atípico para la época– la impulsó en sus estudios y participación política. Una temprana afición artística la llevó a escribir 34 obras de teatro que fueron radiadas a través de La Voz de Panamá y Radio Chocú.

 

Estos programas llegaron a tener una gran audiencia; sin duda esa popularidad ayudó mucho a que resultara electa como diputada. Acercarnos a la figura de Gumersinda Páez en estos momentos de nuestra historia es más que conveniente. Ante la posibilidad de que una mujer ocupe nuevamente la presidencia del país y muchas otras sean electas en cargos de libre postulación, es necesario reflexionar sobre la responsabilidad de las mujeres en el desarrollo de la democracia.

 

La primera vez que leí un poema de María Olimpia de Obaldía fue en la escuela secundaria,  cuando en la clase de literatura analizamos a los poetas nacionales. Su poema Ñatore May causo un gran impacto en mí. Aunque en ese tiempo no era consciente de la importancia y trascendencia de la obra, recuerdo la tristeza que la imagen del poema me producía.

 

“¿Comuniyo?”, pregunto

 a la inda macilenta que en pos

 de su hombre adusto

 marcha con lento andar

“Ñatore may”, contesta sin levantar los ojos

—Tan solo mira el polvo,

remedo de su faz.

Ñatore … Y la doblega

la mochila a la espalda

 y la agobia la curva

de su misión fatal…

Y su hijo cuando nazca

acaso muere inerme,

que solo puede darle

el jugo maternal.

Su leche, macerada

 por golpes del marido;

caldeaba por la piedra

 en donde muele el pan;

mezclada con fermentos

de incognitos rencores,

de anhelo subconscientes

inmensos como mar…

 

¿Pero era una denuncia? Aunque algunos creen que no, yo pienso todo lo contrario. En este poema María Olimpia denuncia la pobreza, el maltrato, la injusticia, pero sobre todo la resignación de la mujer indígena que entre sus sacrificios y sufrimientos contesta siempre “Ñatore may” que significa en lengua guaimí “muy bien, gracias”.

 

Marta Lucia Moncada afirma que “María Olimpia le da voz a los grupos egnicos que otros autores deciden obviar, no saben como manejar, o deciden representar como mito… En Ñatore May por ejemplo, describe y denuncia que los indios siguen pobres, alienados y sin tierras, y que las mujeres aun se sienten obligadas a decir ‘estoy bien’ a pesar del cansancio, del abuso y del peso innecesario que la sociedad hace cargar sobre sus hombros”.

 

Sin, embargo. la obra de María Olimpia, que fue muy prolija, y que desarrolló desde tempana edad, no puede definirse como denuncia, sino una obra que habla de la cotidianidad, de la naturaleza y de la vida. La mujer fue el centro de atención para ella, tal vez fue el reflejo y la expresión de vivencias fuertes y difíciles desde su temprana infancia.

 

La Mujer

 

Nació en Dolega provincia de Chiriquí, el 9 de septiembre de 1891. Su infancia se vio ensombrecida en 1899 al estallar la Guerra de los Mil Días entre liberales y conservadores. Su padre, Manuel del Rosario Miranda, fue jefe del batallón Dolega y en presencia de la pequeña María Olimpia los liberales saquearon su casa y exterminaron el ganado vacuno y equino de la finca.

 

Esta fue sin duda una época difícil. Su, madre Felipa Rovira, se encargó del cuidado y el mantenimiento de la familia, asumiendo las labores propias del hogar y las agrícolas. Tiempo después esta mujer moriría de disentería.

Al llegar la paz,  María Olimpia regresa a Dolega con su padre Manuel y asiste a la escuela de David. Desde muy joven empezó a escribir  y es así como Eusebio A. Morales, impresionando con sus dotes de poeta, le otorgó una beca.

 

En 1909 se traslado ala ciudad de Panamá para estudiar en la Escuela Normal de Institutoras. Desde 1913 hasta 1918 trabajó como maestra en las escuela rurales de Dolega y Boquete. En 1918 se caso con José de Obaldía y tuvo cinco hijos e hijas.

 

La Escritora

 

Dentro de su obra encontramos poemas que celebran la patria, en especial en Visiones eternas, escrito en 1953 en conmemoración del 50 aniversario de la separación de Panamá de Colombia, sin embargo no salió a la luz hasta 1961.

 

María Olimpia de Obaldía ejerció como escritora, tal vez este sea uno de los rasgos más interesantes de su vida. En 1951 fue nombrada Académica de Número de la Academia Panameña de la Lengua, honor jamás hasta entonces otorgado a una mujer en el mundo.

 

Por otra parte, mantuvo contacto y correspondencia con las más importantes y destacadas poetas del Sur como fueron Gabriela Mistral, Delmira Agustini, Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou. Esta ultima, en julio de 1962, desde Montevideo, le escribe sobre el libro Visiones Eternas: “Mi ilustre amiga: ¡Cómo me ha conmovido el recuerdo de la dulce y victoriosa ‘alondra chiricana’, luz de patria. Qué mejor ofrenda podría hacerle a su país, en el histórico aniversario, que este libro (tan emocionada y hermosamente prologado por Octavio Méndez Pereira) que es el más rico exvoto que pudiera dejarse ante el ara de un país lleno de tradiciones y en marcha de triunfo hacia el futuro! ¡Qué lleno de sentimientos profundos, de dominio poético, de buen gusto y gracia en su canto, María Olimpia”!

 

La Feminista

 

De acuerdo con Yolanda Marco, en su libro Mujeres que cambiaron nuestra historia, “Consecuente con su pensar y sentir, María Olimpia siempre estuvo apoyando al movimiento feminista panameño. Desde los tiempos del Grupo Feminista Renovación, en 1922, y en las dos décadas de existencia del Partido Nacional Feminista, la poeta chiricana colaboró y milito en estas organizaciones. Varios de sus poemas fueron publicados  en Orientación Feminista: la mejor forma en la que podía colaborar una poeta con la causa de Clara González y sus compañeras”.

 

Su militancia la llevo hacer electa como suplente de Esther Neira de Calvo en las elecciones de la Asamblea constituyente de 1945, por la Liga Patriótica Femenina.

 

Su obra está compuesta por la siguientes obras: Crepuscular (1913) que fue publicada en su primer libro Orquídeas (1926); Breviario Lírico, su segundo libro; Parnaso infantil (1948) y su ultimo libro Visiones Eternas (1961). El Club Kiwanis edito sus obras completas en un libro con el titulo de Poesías.

 

La obra de María Olimpia esta llena de tradición, emoción, belleza, naturaleza y amor a la patria. Sería este un buen momento, cuando celebramos el Centenario de la República, para recuperar unos versos que ella canto a esta tierra hace 50 años. Sería un buen regalo para esta generación y las futuras.

 

A finales de diciembre [2005] falleció Marta Matamoros considerada por el movimiento de mujeres panameño como una de las mujeres más destacadas en el sindicalismo nacional. La contribución de Marta al mejoramiento de las condiciones laborales tanto de mujeres como hombres incluye conquistas tan importantes como el establecimiento del salario mínimo y el fuero de maternidad.

 

Marta Matamoros nació el 17 de febrero de 1909 en Panamá. De acuerdo con Yolanda Marco y Angela Alvarado en su libro “Mujeres de cambiaron nuestra historia”, su consciencia social y su innata cualidad de líder, le vienen de las largas pláticas sostenidas con su padre Gonzalo Matamoros, costarricense, soldado de la independencia y fundador de la Banda Republicana. Con su padre discutía los postulados de la Revolución Francesa, la lucha de los obreros y el nacionalismo, principios que aplicó más tarde en su vida y su militancia política.

 

Fue modista de profesión. A partir de 1941 se incorporó al mundo laboral de las fábricas textiles porque como ella misma explicó en una entrevista concedida a Celia Sanjur para “Diálogo Social” en 1988, “me sentía incómoda cosiendo en casa por lo rutinario del trabajo, la carencia de relaciones de los demás trabajadores y mujeres de la profesión y decidí ir a trabajar a una fábrica”.

 

Trabajó en la alta costura de vestidos de hombre. Primero en el Corte Inglés por tres años, después en La Mascota y más tarde en el Bazar Francés. En estos lugares pudo vivir las deplorables y humillantes condiciones de trabajo que existían en las fábricas textiles: espacios reducidos, calor asfixiante, férrea disciplina y estricto control hasta para ir al baño. A lo largo de las ocho horas de trabajo intenso las obreras intentaban multiplicar la cantidad de piezas para mejorar el salario de 50 centavos diarios que les pagaban.  No tenían derecho a vacaciones ni fuero de maternidad.

 

Para buscar mejores condiciones  laborales —tal y como lo señala Mariblanca Staff en su libro “Mujeres que dejaron huellas”— es que Marta se afilia al Sindicato de Sastres y Similares en 1945. Fue escalando posiciones y participando en las reivindicaciones obreras hasta llegar a ser Secretaria de Finanzas.

 

En 1946 organizó una huelga que duró 38 días solicitando mejores salarios para las trabajadores del Bazar Francés. Ese mismo año participó en la elaboración del primer código de trabajo, logrando importantes conquistas laborales como la reglamentación de las vacaciones, el salario mínimo, la iniciativa del fuero de maternidad que concedió 14 semanas de licencia para las trabajadoras y obreras. Sobre esto declaró "...Yo tuve la oportunidad de presentar el proyecto de Ley para pedir las 14 semanas de descanso de la mujer por maternidad...., entonces recogimos firmas de todas las obreras, de todos los sindicatos, y amas de casa también nos firmaron".

 

La persecución y la cárcel

 

En  1947 participó, como militante política en la movilización que rechazaba el convenio de bases militares conocido como Filós-Hines y en la Marcha del Hambre y la Desesperación de Colón. Su prestigio como líder la llevó a convertirse en la primera mujer en ocupar la Secretaría General de la Federación Sindical de Trabajadores en 1951. Durante su dirigencia estuvo detenida durante 99 días en una de las celdas más tenebrosas y temidas de la Cárcel Modelo conocida como “La Macarela” por apoyar una huelga de conductores de autobuses, quienes luchaban por obtener el pago de seguridad social y un salario fijo. Al no permitírsela la visita de familiares ni de amistades, estuvo en huelga de hambre por 14 días.

 

De 1960 a 1962 ocupó el cargo de Secretaria General del Sindicato de Sastres y en 1975 participó en la Comisión del Año Internacional de la Mujer. Fue militante del Partido del Pueblo, organización política en la que ocupó importantes cargos de dirección y fue parte de su buró político, siendo una de las mujeres más temidas y perseguidas por su ideología marxista; también representó a dicho partido en eventos internacionales. Su protagonismo y militancia política la llevaron a conocer de cerca el movimiento obrero de la antigua Unión Soviética.

 

Además, fue fundadora de la Unión Nacional de Mujeres de Panamá (UNAMUP) y participó en foros y congresos nacionales e internacionales de la mujer, en la Federación Democrática de Mujeres y en la Federación Sindical Mundial.

 

En el 2001 el Instituto de la Mujer de la Universidad de Panamá  le dio su nombre al Centro de Documentación Especializado en Género. En esa ocasión Marta declaró: “Aprendí a enfrentar injusticias con las trabajadoras y los trabajadores. Jamás pensé en reconocimiento alguno. Mi compromiso fue con la libertad de nuestra patria. Por el derecho de nuestro pueblo a vivir con dignidad y de las mujeres con su emancipación  y oportunidades de trabajo, la comunidad y el hogar. Ha habido logros importantes, pero queda mucho por hacer”.

 

Marta ha sido una de las más destacadas mujeres sindicalistas en la historia panameña, lo que le ha valido el reconocimiento de la sociedad, recibiendo diversos homenajes y condecoraciones, entre los que destacan la orden Gran Cruz que le fue otorgada en 1994 por el gobierno nacional.

 

Quisiera cerrar este artículo con una cita de una entrevista concedida a Ileana Golcher en 1995 en la que opinó en relación con las reformas propuestas al Código del Trabajo de ese entonces: “Lo siento mucho por la Central Nacional de Trabajadores (CNTP) a la cual pertenezco, pero considero que lo poco que quedaba del Código de Trabajo ahora se va a perder…Afortunadamente no estoy activa en el movimiento; si lo estuviera, estaría protestando en los parques y en las calles y seguramente me volverían a encarcelar porque denunciaría todas las injusticias y lucharía porque el Código no se modificara”.

 

Ojalá la lucha de Marta Matamoros no haya sido en vano y continuemos todo lo mucho que queda por hacer.

 

Creo que en Panamá todos hemos escuchado su nombre, pues el museo más importante de esta ciudad lo lleva. Sin embargo, creo que pocos saben quien fue en realidad Reina Torres de Araúz. Esta interesante mujer nació el 30 de octubre de 1932 en la ciudad de Panamá. Se doctoró en la Universidad de Buenos Aires en Filosofía y Letras con especialización en Antropología en 1963, además se licenció en esa universidad como antropóloga general, etnógrafa, como profesora de historia y como técnico de museos.

 

A su regreso al país, su primera misión la emprende en el Instituto Nacional, donde trabaja como profesora; desde ahí trasmite, con el entusiasmo que la caracterizó, conocimientos de la historia y la cultura nacional. Ella contaba a todos los que querían escucharla lo que iba descubriendo poco a poco a lo largo de sus recorridos por el territorio del país.

 

Era como esos exploradores que vemos en las películas. Ella se apuntaba a cuanta expedición se organizaba movida por el interés de vivir la experiencia, como se dice, en carne propia. De sus múltiples recorridos salieron artículos, reflexiones, conferencias, libros enteros. Su primera curiosidad fue por la provincia de Darién.

 

Su esposo, Amado Araúz, quien la llevó en su primera visita a esta provincia, la recuerda “tomando medidas, haciendo anotaciones, aplicando cuestionarios, usando constantemente su cámara fotográfica o pidiendo a otros que lo hicieran para añadirse ella a un grupo de indígenas”.

 

Participó, junto a su esposo, en una de las grandes aventuras de automovilismo y viaje efectuadas en américa que fue la Expedición Trans-Darién, que hizo la primera travesía de vehículos desde Panamá hasta Bogotá en cuatro meses y 20 días por las selvas darienitas y chocoanas. “Los indígenas iban hacia ella, especialmente las mujeres curiosas, que nunca habían visto una génere blanca.  Dos meses y siete días después entrábamos con nuestros vehículos a un bullicioso pueblo darienita y reina se había convertido en la primera mujer panameña en legar a Yaviza y luego a El Real por tierra desde la capital. Alegre y rebosante de energías bailó el tamborito en los agasajos que la gente nos brindó”, recuerda Amado. Sus visitas a esta región del país fueron recogidas en su libro Darién: etnoecología de una región histórica.

 

Después de la aventura darienita, Reina se dedicó a dar conferencias y a participar en congresos, en los que compartía sus hallazgos y teorías. Deja el Instituto Nacional para dedicarse a crear en la Universidad de Panamá el Centro de Investigaciones Antropológicas y la Comisión Nacional de Arqueología y Monumentos Históricos como una reacción a la destrucción del edificio de la Pólvora en las ruinas de Portobelo por una compañía norteamericana. Esta comisión fue el antecedente de lo que es ahora la Dirección de Patrimonio Histórico del INAC, dirección que ocupó durante varios años y desde donde nos dejó algunas de sus obras más importantes.

 

Varios rasgos de su personalidad afloran a la hora de investigar sobre esta singular mujer. Tuvo muchos amigos, colaboradores y admiradores, que la describen como una mujer inteligente, de extraordinaria cultura, simpatía contagiosa, brillante, valiente y bonita. También tuvo enemigos y detractores, que criticaban sobre todo su cercanía con el General Omar Torrijos, quien fue su compañero de banca en su época de la Normal de Santiago, lo que generó una profunda amistad y confianza total en el entonces hombre fuerte de Panamá en su gestión.

 

El Arquitecto Demetrio toral, su secretario durante 15 años, además de su amigo, afirma que Reina sabía imprimirle mística a todo lo que hacía. Con mucho cariño recuerda, “eran otros tiempos”, me dijo con nostalgia. Para él fue una época de solidaridad, de trabajo duro, de idealismo. Y en verdad eran otros tiempos. Fue el tiempo del americanismo continental. Fue el momento de rescatar y revelar para le mundo un continente riquísimo en cultura, un continente saqueado por todas partes.

 

Su tarea más titánica tal vez fue la de dotar a nuestra pequeña república de museos en los que guardar los rasgos más característicos de nuestra cultura. En esta ´´poca se hace el Museo del Hombre Panameño, al que posteriormente se le pondría su nombre, honor que según el arquitecto Toral, de estar ella viva, no hubiera aceptado nunca.

 

Una de sus principales luchas en relación con la construcción de este museo fue el rescate del edificio que hoy lo alberga, antigua estación del ferrocarril, que iba a ser demolido por el gobierno del momento para construir multifamiliares. Ella levantó en total 10 museos a lo largo del país.

 

Otra de sus luchas importantes y que le valió enemigos acérrimos, fue la ley que regula todo lo que tiene que ver con el patrimonio histórico. Reina le hizo mucha guerra a la huaquería, creando mecanismos en todas las provincias para detectar estas prácticas y muchas veces mandando a la cárcel a quienes insistían en esta práctica destructiva del patrimonio. Detestaba el coleccionismo y no tenía ni una sola pieza de su propiedad, las que le fueron regaladas por estudiantes, las entregaba inmediatamente para que formaran parte de la colección de Patrimonio Histórico.

 

Además de todo lo que realizó en Panamá, tuvo una participación muy destacada en organismos internacionales como la UNESCO, para el que ocupó cargos como la Vice Presidencia de Patrimonio Mundial, donde ayudó en la solución de problemas monumentales relacionados con el Patrimonio del Medio Oriente. Además, antes de morir fue  nombrada Alto Comisario del Patrimonio Cultural.

 

También escribió muchos artículos para revistas y diarios sobre las culturas autóctonas panameñas, y su última obra, Panamá Indígena (agotada desde hace años) sigue siendo documento obligado para conocer las características y las costumbres de estos grupos con los cuales convivió por largas temporadas.

 

Es difícil separar la vida personal de la vida profesional de Reina Torres de Araúz. Conoció a su esposo a través de su interés por la provincia de Darién. Él la acompañó, al igual que sus tres hijos, a muchas de las expediciones que realizó. En algunas de las fotos que ser conservan, la vemos entre los indígenas que la consideraban una amiga y la acogían sin reservas abrazando a alguno de sus pequeños hijos, a quienes les inculcó la importancia de su trabajo y el amor por nuestra gente.

 

Ángela Camargo, restauradora de arte, trabajó con Reina en la Iglesia de San Francisco de la Montaña, en Veraguas a finales de los 70. Ella la describe como una mujer enérgica, eficaz, eficiente, decidida como pocas. “Para ella no había obstáculos, —recuerda con una sonrisa— conseguía todo lo que quería. Era una mujer que no le tenía miedo a nada ni andaba con miramientos ni banalidades. Pocas mujeres he conocido que como ella dicen lo que piensan y hacen lo que dicen”.

 

Otros colaboradores como el Arquitecto Sebastián Paniza y Marcela Camargo, la describen como una mujer entregada a su trabajo, entusiasta y muy respetuosa. Aunque no estuviera de acuerdo con las decisiones técnicas, si las mismas estaban bien sustentadas por los expertos, ellas las acataba sin resistencia.

 

Transmitía ese entusiasmo por el trabajo a todos los que cayeron bajo su influjo. Podía pasarse horas y horas hablando de manera improvisada sobre diferentes aspectos de la cultura universal y cómo esto se relacionaba con las obras que hacía, al final de estos momentos, todos salían con conocimientos nuevos y con más ganas de trabajar.

 

Es imposible enumerar en este pequeño espacio todas las cosas que Reina hizo en sus 47 años de vida. Pero es evidente lo que dice Toral cuando afirma que para ella rescatar el patrimonio era como el aire que respiraba, vivía para eso, si no lo hacía, se sentía muerta.

 

Murió prematuramente, en la plenitud de su vida personal y profesional. Pero hasta su último momento se preocupó por lo que dejaba. En su lecho de enferma escogió las piezas de la museografía del Museo de Chitré, que nunca vio terminado, y dictó las páginas de su obra inconclusa, El nuevo Edimburgo de Darién.

 

Reina Torres de Araúz fue una mujer de su tiempo. Una mujer que supo responder al momento histórico que le tocó vivir y que dejó para mi generación un ejemplo de tenacidad, de responsabilidad, de compromiso y de amor por nuestra cultura, que desafortunadamente muchos han olvidado.

 

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